GENEALOGÍA DEL ARQUETIPO DE LA MUJER FATAL

      La Belle Dame sans Mercila belle dame sans merci (la bella dama sin piedad),sir william russell flint (1908

«Perseguía en la selva al monstruo hembra cuya cola ondulaba sobre las hojas secas como un arroyo de plata». Gustave Flaubert, Salambó (Canto de Matho)

 

En la esfera de lo literario en el siglo XIX el tema de la mujer fatal será ampliamente tratado, surgen obras impregnadas de misoginia que ofrecen una imagen de la mujer sin ninguna cualidad; una bella egoísta y ambiciosa, en algunos casos cruel, que utiliza su cuerpo para cautivar a los hombres y conseguir sus fines. Ejemplo de ello son: Les Fleurs du mal (Las flores del mal, Charles Baudelaire, 1857), Salammbô (Salambó, Gustave Flaubert, 1862), el poema Hérodiade (Herodías, Stéphane Mallarmé, 1864), La faute de l’abbé Mouret (La caída del abate Mouret, 1875) y Naná (1879) de Émile Zola, Salomé (Oscar Wilde, 1894) y La Femme et le pantin (La mujer y el pelele, Pierre Louÿs, 1898).

Existe un misterioso y enigmático poema, perteneciente a la primera mitad del siglo XIX, que acapara poderosamente nuestra atención ya que en él localizamos una oscura y silenciosa mujer a quien el autor, John Keats, le niega un nombre denominándola La Belle Dame sans Merci.

La bella dama sin piedad prefigura uno de los primeros ejemplos de mujer fatal en la literatura y el paradigma de lo que más tarde serían las fatales de finales del siglo XIX: misteriosas, atractivas y seductoras mujeres de cabellos largos y mirada hechicera que encaminaban a los hombres a la perdición.

El título del poema procede de una obra escrita en la Edad Media por Alain Chartier, La Belle Dame sans Merci (1424), en ella, la mujer aparece como objeto de adoración, por lo que se incluye en la tradición literaria del amor cortés: un caballero implora a una dama que sea su enamorada, inútiles sus súplicas pues la inmisericorde dama le rechaza fría y tajante. El caballero muere de tristeza, se suicida. La narración concluye con un consejo donde se advierte la misoginia medieval:

«Et vous, Dames et Damoiselles,/ En qui honneur naist et s´assemble,/ Ne soyez mie si cruelles/ Chacunes et toutes ensemble./ Que ja nulle de vous ressemble/ Celle que           m´oyez nommer ci,/ Qu´on peut appeller, ce me semble,/ La Belle Dame sans Merci»1 (Chartier y Charpennes, 1901:84).

La obra produjo indignación en ciertas esferas, y tres damas de la corte le exigieron al escritor que se disculpara. Alain Chartier escribió Response faite par Maistre Alain sur les Letres que les Dames lui ont escrites 2 (Chartier y Charpennes 1901:91) donde las alaba, aunque de nada le sirvió.

El escritor británico John Keats en La Belle Dame sans Merci (La bella dama sin piedad) narra la historia de un caballero quien seducido por una bellísima dama, a la que describe con rasgos de mujer fatal, se encuentra solitario y triste debatiéndose entre los dulces recuerdos y el dolor del abandono. Se culpabiliza a la mujer de seducir con su belleza a los hombres para después, sin piedad abandonarlos mientras duermen, pero hemos de tener en cuenta que el poema fue escrito desde el punto de vista de un hombre y la narración es relatada por otro; un caballero que, según él, ha sido abandonado y despreciado.

John Keats escribió La Belle Dame sans Merci en abril de 1819. Un mes más tarde reescribió el poema, legándonos dos versiones del mismo:

Versión original, 1819

Oh what can ail thee, knight-at-arms,
Alone and palely loitering?

The sedge has withered from the lake,
And no birds sing.                       

Oh what can ail thee, knight-at-arms,
So haggard and so woe-begone?
The squirrel’s granary is full,
And the harvest’s done.                         

I see a lily on thy brow,
With anguish moist and fever-dew,
And on thy cheeks a fading rose
Fast withereth too.                         

I met a lady in the meads,
Full beautiful – a faery’s child,
Her hair was long, her foot was light,
And her eyes were wild.                       

I made a garland for her head,
And bracelets too, and fragrant zone;
She looked at me as she did love,
And made sweet moan.                         

I set her on my pacing steed,
And nothing else saw all day long,
For sidelong would she bend, and sing
A faery’s song.                         

She found me roots of relish sweet,
And honey wild, and manna-dew,
And sure in language strange she said
–’I love thee true’.                         

She took me to her elfin grot,
And there she wept and sighed full sore,
And there I shut her wild wild eyes

With kisses four.                         

And there she lulled me asleep
And there I dreamed –Ah! woe betide!

The latest dream I ever dreamt
On the cold hill side.                         

I saw pale kings and princes too,
Pale warriors, death-pale were they all;
They cried –’La Belle Dame sans Merci
Hath thee in thrall!’                         

I saw their starved lips in the gloam,
With horrid warning gaped wide,
And I awoke and found me here,
On the cold hill’s side.                         

And this is why I sojourn here
Alone and palely loitering,
Though the sedge is withered from the lake, 
And no birds sing.

Versión publicada, 1820

Ah, what can ail thee, wretched wight,
Alone and palely loitering?
The sedge is wither’d from the lake,
And no birds sing.                         

Ah, what can ail thee, wretched wight,
So haggard and so woe-begone?
The squirrel’s granary is full,
And the harvest’s done.                         

I see a lily on thy brow,
With anguish moist and fever dew;
And on thy cheek a fading rose
Fast withereth too.                         

I met a lady in the meads,
Full beautiful – a faery’s child;
Her hair was long, her foot was light,
And her eyes were wild.                         

I set her on my pacing steed,
And nothing else saw all day long,
For sideways would she lean, and sing
A faery’s song.                         

I made a garland for her head,
And bracelets too, and fragrant zone;
She look’d at me as she did love,
And made sweet moan.                         

She found me roots of relish sweet,
And honey wild, and manna dew;
And sure in language strange she said
–’I love thee true.’                         

She took me to her elfin grot,
And there she gazed, and sighed deep,
And there I shut her wild wild eyes

So kiss’d to sleep.                         

And there we slumber’d on the moss,
And there I dream’d –Ah! woe betide!
The latest dream I ever dream’d
On the cold hill side.
                         

I saw pale kings, and princes too,
Pale warriors, death-pale were they all;
They cried –’La Belle Dame sans Merci
Hath thee in thrall!’                         

I saw their starved lips in the gloam,
With horrid warning gaped wide,
And I awoke, and found me here
On the cold hill side.                         

And this is why I sojourn here,
Alone and palely loitering,
Though the sedge is wither’d from the     lake,
And no birds sing. (Keat, 1919:20).

La Belle Dame sans Merci es un poema misterioso y ambiguo, tanto como la dama de quien no se nos facilita su nombre, que incita a preguntarnos ¿se trata de una mujer, un ser fantástico o una alucinación?

En un paisaje desolado en el que hasta la naturaleza se ve afectada, sintiéndose la muerte alrededor, “alguien” –no se nos proporciona ninguna referencia del individuo– advierte el lamentable estado en el que se encuentra un caballero solitario; pálido, enfermo e invadido por la tristeza. El personaje anónimo le pregunta por su dolor.

Cuando el caballero expresa su tragedia describe a la dama causante de su aflicción con los rasgos físicos de una mujer fatal; bellísima, misteriosa, con ojos hechiceros y largos cabellos, de hermosura tal que la cree hija de las hadas.

¿Nos encontramos ante una mujer fatal que seduce con dulzura y engaña al caballero haciéndole creer que le ama para, cruelmente, abandonarle después?, o ¿es el caballero quien deslumbrado y obnubilado imagina que ella le corresponde?

Él la adorna con un cinturón y una corona de flores, al igual que los dioses a Pandora 3, ella le mira dulcemente, y el caballero interpreta que lo hace con amor. La dama agradecida le descubre los exóticos y dulces alimentos que la naturaleza nos brinda, hablándole en una lengua extraña, pero él, extasiado, deduce que le está diciendo que le ama.

Cuando la sube a su corcel nada podemos reprochar a la dama que canta dulces y melodiosas canciones como sólo las hadas saben hacerlo, ya que en el caso de que las entonara como las Sirenas intentando encantar a Ulises 4, el caballero no resultó tan precavido, pues la escucha completamente cautivado y sus ojos ya no ven nada más que su objeto de deseo.

La bella le conduce hasta su gruta encantada, y allí llora, hecho que embelesa más aún al caballero que rendido seca sus lágrimas con cuatro besos, pero ¿cuál es el motivo de su llanto? Quizá se trata de un ardid y embaucadora llora para inspirar compasión, pero también es posible que el caballero la haya herido de alguna manera siendo el causante de sus lágrimas, razón por la cual le abandona.

La dama le acaricia de manera suave, mostrándose sensible, dulce y complaciente a los ojos del caballero hasta que se queda profundamente dormido. Él comienza a advertir su maldad cuando los personajes de su sueño, heridos y despechados, le comunican que ella le ha esclavizado. Teniendo en cuenta que la mujer desaparece al finalizar el sueño, es más coherente pensar que el caballero no puede distinguir el sueño de la vigilia y la dama no es real sino tan sólo un delirio producto de la fiebre.

Por otro lado, si la dama ha destruido a otros hombres que aun después de muertos siguen siendo torturados por ella, tal vez el caballero nunca soñó. Él cuenta que durmió su último sueño: «The latest dream I ever dream’d» ¿Se queda dormido realmente, o muere? En la última estrofa: «Alone and palely loitering,/ Though the sedge is withered from the lake,/ And no birds sing», el estado en que se encuentra al despertar, su palidez, todo aquello que le rodea, incluso la misma naturaleza, nos incita a pensar que él también está muerto.

Si desde un primer momento el caballero ha cruzado el umbral y ahora se halla en el gélido mundo de los difuntos, de igual manera estarían muertos los macilentos príncipes, reyes y guerreros que le informan de que ha sucumbido ante la Bella. Nos encontraríamos, pues, con que todos son esclavos pertenecientes al mundo de las sombras donde reina una impresionante y erótica vampira que cautiva y esclaviza a los hombres dejando a su paso desolación y muerte, hecho que justificaría los versos: «I saw their starved lips in the gloam/ With horrid warning gaped wide», ya que los labios hambrientos de las anteriores víctimas se abren enormemente para morderle.

Al “despertar” se encuentra en la falda de la helada montaña, en un mundo sin vida, quedando esclarecido que el narrador anónimo que al principio se interesa por el caballero, viendo su dolor, ni tan siquiera le dedique unas palabras de consuelo. Destruido por la pérdida de su amada no reúne fuerzas para huir, ni tampoco lo pretende, completamente seducido está dispuesto a vagar eternamente por los caminos sombríos y fríos de la muerte en busca de su Bella Dama.

Una explicación menos compleja nos llevaría a pensar que el caballero está obsesionado con un amor perdido que le causó un dolor lacerante, y evoca a la dama con melancolía para, más tarde, resentido y despechado responsabilizarla de sus males. Todo ello suponiendo que la dama fuese realmente una mujer, algo que dudamos, en nuestra opinión no es humana al igual que el fascinante y aterrador personaje femenino de la antigüedad que localizamos en otro de los poemas de John Keats; Lamia (1819).

Según Jorge Luis Borges: «Poco antes de su muerte, John Keats (1795-1821) se inspiró en el relato de Robert Burton para componer su poema. Burton narra la historia de una Lamia, que había asumido forma humana y que sedujo a un joven filósofo “no menos agraciado que ella”. Lo llevó a su palacio, que estaba en la ciudad de Corinto. Invitado a la boda, el mago Apolonio de Tyana la llamó por su nombre; inmediatamente desaparecieron la Lamia y el palacio». Conforme a la descripción de Borges: «De la cintura para arriba su forma era la de una hermosa mujer; más abajo la de una sierpe. Algunos las definieron como hechiceras; otros como monstruos malignos. La facultad de hablar les faltaba, pero su silbido era melodioso. En los desiertos atraían a los viajeros, para devorarlos después» (Borges, 1967:67).

En el poema de John Keats, la Lamia confiesa que otrora tuvo forma de mujer y suplica por volver a serlo: «¿Hasta cuándo voy a yacer bajo esta guirnalda funeraria?/ ¿Cuándo, mísera de mí, volveré a despertar,/ cuándo respiraré en un cuerpo delicado/ y viviré una vida digna dentro de un cuerpo,/ con un amor correspondido y con placer,/ con lucha y plétora de corazones y de besos?/ ¡Ay, ay, mil veces desdichada! ¡Ay, destino miserable!/ […] Fui mujer.¡Dame, ay, forma de mujer!/ Adoro a un muchacho de la ciudad de Corinto./ Devuélveme mi figura hermosa/ y llévame a donde él está». (Cavafis, 1987:318)

Al deshacerse de su cola de serpiente, la Lamia es física y moralmente similar a la Bella Dama desconocida y enigmática. Ambas, son seres sobrenaturales de belleza excesiva que seducen, cautivan y crean dependencia amorosa, arrastrando a los hombres a la destrucción y la muerte.

Años después, la temática misteriosa y fantástica del poema de Keats entusiasmaría a compositores y pintores. En 1877 será Sir Charles Villiers Stanford quien envuelva con música a La Belle Dame sans Merci, compuesta sobre el texto de John Keats. El poema keatsiano también sirvió de inspiración a varios pintores para realizar sus obras, entre los que se encuentran: Arthur Hughes (1863), Walter Crane (1865), John William Waterhouse (1893), Henry Meynell Rema (1901), Frank Dicksee (1902), Sir William Russell Flint (1908) y Frank Cadogan Cowper (que pintó dos versiones en 1905 y 1926).

la belle dame sans merci (la bella dama sin piedad),sir william russell flint (1908

La décima estrofa de la obra de John Keats, La Belle Dame sans Merci: «I saw pale kings, and princes too,/ Pale warriors, death pale were they all;/ They cried/ –La belle Dame sans Merci/ Hath thee in thrall!» impulsó a Sir William Russell Flint a crear una imagen visual de la misma.

La dama de cabellos rojizos tras haber conquistado al caballero contempla complacida cómo éste duerme en su regazo, sabiendo que será suyo para siempre. En la copa del árbol atisbamos a los reyes, princesas y guerreros pálidos como la muerte de los que nos habla el poema.

El caballero sujeta su espada para defenderse, aunque en el lugar donde yace de nada le servirá. La dama observa al caballero satisfecha, cual figura vampírica que necesita alimentarse de su víctima.

En el escudo que cuelga sobre la cabeza de la dama puede leerse: «fide sed cui vide» (mira en quien confías), algo a lo que el caballero hizo caso omiso. No sólo en los escudos también en las espadas solían escribirse lemas que encerraban una moralidad o una sentencia. La máxima «Fide sed cui vide» aparece grabada en una espada de Felipe II –conservada en el Museo de Armas de Madrid– donde se lee: «Pugna pro patria, pro aris et focis; nec temere, nec timide, fide sed cui vide» (De Gandia, 1999:132), cuya traducción al castellano sería: Lucha por la Patria, la religión y la familia; ni temeraria ni tímidamente, confía, pero mira en quién.

Homónimamente al poema de John Keats, La Belle Dame sans Merci, e inspirándose en él, el director Hidetoshi Oneda realiza un cortometraje de quince minutos en 2005; un espectacular trabajo por el cual recibió numerosos galardones.

El cineasta hace una interpretación libre del poema, en el que introduce un cuarto personaje; un náufrago alcohólico que muere en los primeros minutos. El narrador que se interesa por el caballero en el poema deja de ser anónimo, apareciendo como uno de los dos supervivientes de un naufragio que se encuentran en una isla desierta.

El náufrago se inclina para beber agua de un lago y al levantarse se sorprende al descubrir a un caballero detrás de él, cuyo aspecto es sobrecogedor; viejo, decrépito y ojeroso, quien con una voz que hiela el alma inquiere al navegante: «¿La has visto?».

El caballero narra la historia de su encuentro con una misteriosa dama de la que se enamora profundamente. La atractiva Natassia Malthe interpreta a una dame fatale, sensual, seductora y fría, de una belleza extraordinaria, ideal de cualquier hombre. Pero se horroriza cuando ella aparece, custodiada por sus víctimas, mostrando su verdadera forma; el rostro de la bella se desfigura convirtiéndose en una espantosa calavera.

Después de exponer su drama, el viejo caballero muere y se desintegra ante los ojos atónitos del joven náufrago. Asistimos pues, a la relación entre Eros y Thanatos ya que en la adaptación de Hidetoshi Oneda del poema keatsiano, la dama que enamora al caballero se alza como la representación de la muerte.

A nuestro juicio, dado que el vampirismo estaba presente en la época en la que fue escrito el poema La Belle Dame sans Merci, creemos que John Keats describe a una hermosísima Venus diabólica, a una enigmática mujer vampiro. Terroríficas y poderosas féminas, creadas y temidas por los hombres, como Filinion –del poema de Johann Wolfgang von Goethe, Die Braut von Korinth (La novia de Corinto, 1797)– o Clarimonde –del relato de Theóphile Gautier, Les Amours d’une morte, reeditado como La Morte amoureuse (La Muerta enamorada, 1836)– capaces de regresar de la muerte para acrecentar el sufrimiento de sus enamorados.

En el siglo XIX aumentarán las obras en las que una seductora, peligrosa y siniestra mujer ejerce sobre los hombres una oscura y letal fascinación; la mujer vampiro. En definitiva, no es más que una mujer fatal que, aun después de muerta, sigue atrayendo y destruyendo a los hombres. Ejemplo de ello son los cuentos de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (Vampirismus, 1820) y Edgar Allan Poe (Morella, 1835 y Ligeia, 1838); algunos de los poemas de Charles Baudelaire recogidos bajo el título genérico Les Fleurs du mal (Las Flores del Mal, 1857): Le vampire (El vampiro), Chanson d’après-midi (Canción de la tarde) y Les Métamorphoses du vampire (Las metamorfosis del vampiro) –poema censurado en la primera edición de Las Flores del Mal–; La vampire (La vampira, 1865) de Paul Féval; Carmilla (1871) de Joseph Sheridan Le Fanu y La Tentation de Saint Antoine (La tentación de San Antonio, 1874) de Gustave Flaubert.

 

Iria Sánchez Del Molino

 

1) Vosotras, damas y doncellas/ en quien honor nace y se junta, / no seáis nunca tan crueles/ solas o todas juntas./ Que ninguna de ustedes se parezca/ a la que nombro aquí, / a la que se puede llamar, creo yo, / La Bella Dama sin Piedad

2) Excusas ante las Cartas enviadas por las Damas.  

3) «La diosa Atenea de ojos glaucos le dio ceñidor y la adornó con vestido de resplandeciente blancura; la cubrió desde la cabeza con un velo, maravilla verlo, bordado con sus propias manos; y con deliciosas coronas de fresca hierba trenzada con flores, rodeó sus sienes. Palas Atenea» [Hesíodo, 573-578].

4) Aconsejado por Circe para no ser arrastrado por su canto sonoro, Ulises dice a sus compañeros: «Atadme con fuertes lazos, en pie y arrimado a la parte inferior del mástil, para que me esté allí sin moverme, y las sogas líguense al mismo. Y en caso de que os ruegue o mande que me soltéis, atadme con más lazos todavía» [Homero, Canto XII:159 ss].